Perros humanizados, dueños aperreados
Errar es de humanos.
Desde que nací, en mi casa siempre ha habido perros. Sólo por ese motivo, siempre quise considerarme más o menos experto en psicología y crianza caninas; todos aquellos comportamientos molestos que no sabía como cambiar (tirar durante todo el paseo, ladrar a los otros perros, comerse la comida de los humanos, mostrarse excesivamente afectuosos con las visitas y un largo etcétera) eran considerados por mi como propios de su naturaleza perruna y, por lo tanto, incorregibles.
Debo a mi perra Pitufa el mérito de haberme invitado a replantearme mis ideas. Después de haberla recogido de la calle y tras dos semanas de conducta impecable, la situación con ella empezó poco a poco a volverse insostenible; pese a tratarse evidentemente de un perra muy inteligente y cariñosa, su agresividad hacia los gatos y hacia mi otro perro, su manera desenfrenada de tirar de la correa y su desobediencia crecían de un día para otro. Sencillamente, estaba fuera de control, así que no tuve más remedio que considerar la opción de pedir ayuda profesional si no quería verme obligado a deshacerme de ella.
Tengo que reconocer que no tenía demasiadas esperanzas antes de comenzar con el curso de adiestramiento. Yo intuía que había algo que fallaba en mi manera de tratarla pero todavía estaba demasiado enganchado a la idea del "carácter incorregible" de cada perro como factor básico de su comportamiento.
Sólo tras observar, no sin asombro, la manera radicalmente distinta en la que Pitufa se mostró durante la entrevista inicial con el adiestrador, empecé a tener una verdadera expectativa de cambio; evidentemente, la manera en la que el adiestrador se dirigió a ella también era radicalmente distinta a la mía. Así pues, clase a clase fui aprendiendo a identificar los errores más comunes que hasta entonces había venido cometiendo con mis perros: el exceso de mimos, el recurso a los gritos y regañinas como medidas disciplinarias (¿de verdad creemos los dueños que los perros entienden nuestros sermones?), la no imposición de límites adecuados en el hogar y el paseo y, en definitiva, la manera de tratarlos como si fueran humanos en vez de perros.
Pero más importante que aprender a reconocer mis errores, el curso me permitió adquirir las habilidades y el bagaje técnico necesario para conseguir el cambio deseado. La sorpresa que, todavía hoy, me produce comprobar los progresos de los que fuimos capaces sólo es comparable a la satisfacción por haberlo logrado.
Animo desde aquí a todo aquel que tenga problemas de comportamiento con su perro a que no se resigne y que acuda en busca de ayuda; no se arrepentirá. Y, a modo de despedida, valga el siguiente consejo: no trate a sus hijos como perros ni trate a sus perros como hijos. Ambos, y usted mismo, lo agradecerán.
Anxo Bastida Calvo, Psicólogo Clínico
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